Estudio determina por qué se están muriendo los grandes árboles

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Investigación realizada en 14 países, incluido Chile, asegura que las especies de gran tamaño están más expuestas al cambio climático...


Investigación realizada en 14 países, incluido Chile, asegura que las especies de gran tamaño están más expuestas al cambio climático por dificultades en conducir el agua desde las raíces a las hojas.

El coigüe, un árbol monumental que se encuentra en el centro y sur de Chile y Argentina, alcanza los 60 metros de altura y hasta cuatro metros de diámetro en el tronco. A juzgar por su fisonomía, podría tratarse de una especie con gran capacidad de adaptación a los cambios climáticos, aventajando a los árboles de menor porte y apariencia frágil. Sin embargo, una reciente investigación confirma que los árboles grandes son los más propensos a formar embolias (burbujas internas de aire como consecuencia de una sequía) y verse afectados por el calentamiento global.

El estudio, publicado en la revista PNAS, incluyó a investigadores de todo el mundo, y cuyo capítulo chileno fue realizado por Alex Fajardo, del Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia en Chile (Ciep).

“Tomamos muestras de 25 especies de la Patagonia y las enviamos a México. Allí se analizaron junto a otras 500 especies de árboles y arbustos provenientes de distintas zonas geográficas. Fue un trabajo de esfuerzo colaborativo, liderado por el investigador Mark Olson, en el que participamos 14 instituciones”, comenta.

El experto detalla que los árboles transportan agua desde las raíces hasta las hojas a través de un sistema complejo de vasos conductores. La creencia común es que el tamaño de esos vasos está determinado por el clima. No obstante, los resultados indican que las dimensiones del árbol tienen una incidencia fundamental. “Las burbujas de aire o embolias se desarrollan a causa de la sequía y con mayor facilidad en vasos conductores anchos, propios de los árboles de gran envergadura. El flujo de agua se detiene, comienza un proceso de marchitez, muerte de los tejidos y finalmente del árbol entero. Es como inyectar aire con una jeringa en el cuerpo humano”, explica.

Asimismo, Fajardo advierte sobre las “mortandades de un importante número de especies de árboles grandes en EE.UU. y Australia. A nivel regional, existen registros recientes de mortandad de cipreses de la cordillera de los Andes y de coigües en zonas aledañas a Bariloche, Argentina”. El calentamiento global y las sequías, que aumentan en frecuencia y en cantidad, ejercen una influencia decisiva sobre estas muertes.

Simultáneamente, el doctor en Ciencias Forestales trabaja en un proyecto que resalta la importancia de la estatura baja de los árboles para enfrentar al cambio climático. Su hipótesis, basada en especies emblemáticas de la Patagonia, sostiene que “los individuos de menor estatura están mejor preparados para enfrentar el cambio climático. Se percibe un efecto de estrechamiento de las plantas como forma de adaptación, y no sería descabellado pensar que en 50 años las especies serán más bajas”.

En ese sentido, de acuerdo con un documento publicado por el Ciep, los árboles de pequeña escala, como el ñirre y el notro en la región de Aysén, podrían ser más resilientes o resistentes que otras especies a los eventos de sequía.

Calentamiento global

Las concentraciones record de dióxido de carbono en la atmósfera han puesto al calentamiento global como una de las principales preocupaciones de la agenda política mundial. Mientras que los países industrializados se resisten a bajar las emisiones y así arriesgar el crecimiento de sus economías, las plantaciones de bosques que absorban el carbono aparecen como una alternativa “más verde”.

Fajardo avisa que la fórmula presenta riesgos: “Las especies de rápido crecimiento, por ejemplo las coníferas exóticas como el pino, pueden efectivamente atrapar más CO2 que las nativas como la lenga y el coigüe, pero también viven menos, principalmente las plantadas con fines productivos y 20 años de rotación”.

“Estas especies poseen generalmente madera con menor densidad que las nativas y menos biomasa total que el bosque nativo. Es decir, las plantaciones con especies de rápido crecimiento constituyen un corto periodo de residencia del carbono en la biósfera y, por lo tanto, una menor capacidad real de atrapar carbono por superficie que un bosque de lento crecimiento”, concluye.

Fuente: La Tercera. 13 agosto.2018

 

 


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