El cambio climático sitúa a África como la zona más vulnerable y con la evolución más rápida del calentamiento global

Organizaciones y comunidades indígenas demandan consulta indígena del Proyecto Ley Marco sobre cambio climático
18 noviembre, 2020
Biden podría enfrentarse a una «división verde” tras ganar las elecciones de EE.UU.
18 noviembre, 2020

La temperatura media en África ha aumentado un grado centígrado entre 1901 y 2012 y se prevé que se eleve hasta dos grados en 2080 y 2100. Las olas de calor han dejado alteraciones meteorológicas con impacto en su producción agrícola, pero las inclemencias también han desatado conflictos bélicos y crisis económicas. Fuente: Público, 9 de noviembre de 2020.


La Organización Mundial de Meteorología (WMO, según sus siglas en inglés) acaba de emitir un informe de alerta máxima sobre los efectos del cambio climático en el continente africano en el que se advierte de que el calentamiento está avanzando tan rápidamente que ocasionarán unos efectos desproporcionados en los hábitats y modos de vida por alteraciones drásticas en materia de sanidad, seguridad alimenticia y crecimiento económico.

El diagnóstico es el primero que la WMO realiza de manera monográfica sobre África. Y alerta de que la temperatura media en todo el continente ya superó en 2012 un grado centígrado respecto a 1901, al tiempo que advierte que las predicciones analíticas anticipan que excederá los dos grados -en comparación al nivel previo a la era industrial- entre 2080 y 2100 si las emisiones de CO2 continúan en los ritmos que actualmente registra la suma de los países africanos. Naciones que ya han empleado entre el 2% y el 9% de sus PIB en medidas de adaptación climática y de mitigación de las consecuencias del calentamiento.

Olas de calor, sequías prolongadas y trombas de agua y riadas discrecionales son varias de las inclemencias que se han hecho habituales en el continente. El calor extremo y las sequías han tenido un impacto más que notable en la producción agrícola: ha hecho repuntar el número de epidemias, desde el cólera a la malaria o el ébola, que ahora se conjugan con la covid-19 y ha aumentado las dolencias y enfermedades. La variabilidad del clima, además, ha generado conflictos armados, inestabilidad social y crisis económicas, así como la frecuencia e intensidad de las hambrunas. Los efectos del ciclón tropical Idai sobre Mozambique fue el gran detonante de un descenso intenso del crecimiento del país en 2019. Su PIB cayó de cotas del 6,6% en 2018 hasta el 2,3% el pasado ejercicio.

Los augurios de los expertos del WMO no son precisamente halagüeños. Bajo el peor escenario, en el que el planeta eleve su temperatura en cuatro grados centígrados al final de este siglo, el espacio geográfico africano asumirá nuevos territorios bajo un calor extremo y soportará precipitaciones más frecuentes y de mayor virulencia que desembocará en caídas del PIB de entre el 7,1% y el 12,1%.

En horizontes de calentamiento medio, los retrocesos de sus economías oscilarán entre el 3,3% y el 8,2%. Aunque los daños colaterales ya se aprecian con nitidez. El impacto del cambio climático en la agricultura, un sector esencial en el desarrollo económico del continente, aunque muy especialmente en los países subsaharianos donde los periodos de sequía se han alargado, ha disparado el número de personas en estado de malnutrición, un 45,6% desde 2012, según la Agencia de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

Mientras, las alteraciones en las lluvias han elevado la presencia de insectos en nuevas latitudes, lo que ha contribuido a la propagación del dengue, la malaria o la fiebre amarilla. Con el consiguiente ensanchamiento de la brecha de distribución de la riqueza y de las desigualdades sociales.

Un estudio poco esperanzador

El estudio de WMO también traslada las devastadoras consecuencias del calentamiento sobre la agricultura. Dentro del escenario más catastrofista, la rentabilidad de los cultivos descendería un 13% en África Occidental y Central, un 11% en los territorios del norte continental y un 8% en el Este y el Sur en 2050. El mijo y el sorgo serán lo que mejor resistan los efectos, mientras el arroz y el trigo sufrirán impactos de mayor dimensión. Y deja constancia de la alarmante falta de datos para abordar la situación de riesgo en la región.

Entre las naciones subsaharianas, sólo se han registrado oficialmente dos olas de calor en las bases de información de emergencias en los últimos 120 años frente a las 83 certificadas en Europa en las últimas cuatro décadas. A pesar de que han sido más frecuentes, más intensas y más mortales en los territorios africanos, insiste Friederike Otto, autor del informe y actual director del

«Un déficit de datos que hace mucho más complejo cuantificar e identificar el elenco de factores y circunstancias que propicia la catástrofe climática», escribe en el estudio. «La alerta temprana es un instrumento esencial para prevenir y combatir cualquier emergencia -enfatiza Otto- quien incide en que, en el terreno del calentamiento global, se conjugan con episodios de exacerbada desigualdad social». No sólo porque se trate de naciones en desarrollo -lejos de los sistemas predictivos de las potencias industrializadas-, sino también porque ahonda las brechas entre los estratos de las sociedades civiles africanas. «Las personas que mueren no suelen ser las que tienen aire acondicionado en sus casas», apostilla a la agencia Bloomberg.

La ausencia de bases de datos predictivas
Los fenómenos meteorológicos perversos se han intensificado en las últimas décadas. Desde 1950, especialmente en Oriente Próximo, Sudamérica y la mayor parte de África, explica Luke Harrington, del equipo de investigación académica de Otto en el Instituto de Cambio Ambiental. Y rebelan la mano del hombre. Sobre todo, en los países subsaharianos, donde se aprecia con mucha mayor precisión los rigores del calentamiento. «Combinado con los flujos migratorios que en estos países se producen hacia las ciudades, el peligro de exposición se incrementa entre 20 y 50 veces en las principales áreas urbanas del continente», señala Harrington.

El problema no ha calado en la opinión pública mundial porque «sus sistemas de medición y detección son aún un desastre, con bases de datos ineficaces». A pesar de que tecnológicamente, los diagnósticos en materia medioambiental pueden anticipar terremotos o movimientos de extracción de crudo o valorar el impacto sobre los estilos de vida, el poder adquisitivo o los costes económicos. Como hace desde 1988 la Base de Datos de Emergencia, con sede en Bélgica, creada por el Centro de Investigación de Desastres Epidemiológicos. Pero que tan sólo ha detectado en África dos olas de calor -dentro del espacio subsahariano- desde el inicio de este siglo reportando 71 muertes prematuras causadas por el excesivo calentamiento de la atmósfera.

Los 83 episodios de calor que detectó en Europa contribuyeron, según sus mismos cálculos, a la defunción directa de más de 140.000 europeos. No es, pues, -dicen Otto y Harrington- una cuestión de falta de tecnología, sino de prestar más atención a las consecuencias del cambio climático en el continente que más va a sufrir sus daños colaterales.

La WMO insiste en la capacidad preventiva como herramienta de suma utilidad. En el verano de 2003, con un calor por encima de los niveles estivales medios en la UE, fallecieron más de 70.000 europeos, a pesar de los planes de acciones implantadas en regiones y ciudades y de una serie de medidas para minimizar los riesgos. De forma similar, Ahmedabad, una localidad de India, en la época pre-monzónica, sufrió una devastadora ola de calor en 2010.

Entonces, no se lograron instaurar a tiempo soluciones urgentes, pero a sus autoridades sí les llegaron registros de alerta precoz en la todavía más intensa oleada de calor de 2015, lo que le permitió instaurar medidas y reducir el exceso de mortalidad contabilizada cinco años antes. Ahmedabad está configurada bajo una estructura social adaptada para soportar holgadamente temperaturas por encima de los 30 grados. A diferencia de ciudades canadienses, que repuntaron el número de fallecidos en 2018 cuando el termómetro alcanzó los 34 grados. La resistencia al calor no es similar en todos los rincones del planeta.

Aun así, los investigadores del WMO denuncian abiertamente el desconocimiento de la realidad africana en la estadística asociada a los efectos climáticos. Por ejemplo, sobre la mortalidad que genera. «Una información que resulta crucial para adaptar a las sociedades adecuadamente a la época de sobrecalentamiento que se avecina», apunta Otto. Y para asentar criterios y soluciones en territorios con mayor o menor incidencia climatológica. Porque, en escalas de datos largas se aprecia que, en 1992, la región meridional africana -Mozambique, Zimbabue, Botsuana, Lesoto y la mayor parte de Sudáfrica- marcaron temperaturas superiores a los tres grados por encima de la media durante un periodo de cuatro meses, que coincidió con una de las sequías de duración más extensa del siglo pasado. Pero no se extrajeron datos ni información suficiente de efectos sobre la población. En una de las zonas más vulnerables a los cambios climáticos futuros.

Amenazas y realidades climatológicas en África

Pero, más allá del déficit de información y predicción de catástrofes, el calentamiento global va a seguir extendiendo sus tentáculos especialmente sobre África, asegura el informe que ha sido revestido de comunicado oficial por parte de autoridades ministeriales de todo el mundo con competencias en medio ambiente. En el que se hace hincapié en el aumento de las amenazas sobre la salud, la alimentación, la seguridad del suministro del agua y en materia económica en el continente africano. «En los últimos meses, han surgido un mayor número de riadas, de plagas y de sequía, también como consecuencia del fenómeno de La Niña», explican los meteorólogos, que se ha complicado, además, por la epidemia de la covid-19. Tras un año, el 2019, que estuvo entre los tres más calurosos del continente. «Una tendencia que continuará», alertan.

Las predicciones del WMO apuntan a que entre 2020 y 2024 la temperatura seguirá al alza y se sucederán riadas y tormentas en el norte y el sur del continente, además de en el Sahel. Hasta provocar que el nivel del mar se eleve cinco milímetros al año en todas las costas africanas. Dos más que el repunte de las aguas en 2019. Con incidencia especial en las orillas del Índico; sobre todo, en Madagascar. Mientras, proseguirá la degradación y la erosión costera, en este caso de forma más incesante en África Occidental. Alrededor del 56% de estas orillas -Benín, Costa de Marfil, Togo o Senegal- han experimentado procesos erosivos notables.

La subida de las aguas no es en estos momentos «un problema central, pero será determinante si la temperatura del planeta sigue al alza» de manera descontrolada, explican. Sin embargo, a juicio de los autores del estudio acontecimientos como el ciclón Idai o la extensa sequía sufrida por los países del sur continental en 2019, o la combinación de desertificaciones y riadas en las naciones del llamado Cuerno de África, entre 2018 y el pasado año, -o las tormentas sobre el Sahel- son señales claras de que el cambio en el continente es algo ya cotidiano.

El FMI pone el acento en que las consecuencias de la catástrofe climática se concentran en áreas con temperaturas altas, donde además se suelen instalar las economías de rentas bajas. De ahí que respalde iniciativas como la Agenda África 2063, confeccionada en 2013, en la que se admite que el cambio climático es la mayor amenaza sobre el desarrollo del continente. O en las recetas y diagnósticos que parten de la estructura organizativa de Naciones Unidas. Desde 2015, fondos de las Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC), surgidos de los Acuerdos de París, se han erigido en los principales instrumentos para articular políticas de respuesta al cambio del clima. África y las pequeñas islas del Pacífico y del Índico son los territorios más vulnerables ante esta amenaza, dicen los documentos oficiales.

En la agenda africana se determinan compromisos de transición hacia energías renovables en un corto espacio de tiempo. Priorizan el 70% de estos recursos. Pero el continente demanda una serie de recetas para añadir productividad y ratios de competitividad a sectores como el agrícola, que emplea al 60% de la población del continente. Mediante el uso intensivo de tecnología que sea eficiente y que contribuya a reducir las ratios de pobreza, con crecimientos sostenidos entre dos y cuatro veces más dinámicos que en cualquier otra industria.

La combinación de tecnología digital y de los proyectos de sostenibilidad energética han dado lugar a un aumento de paneles solares en granjas, con repuntes de rentabilidad superiores al 300%, con reducciones del uso de agua en un 90% y recorte de emisiones de CO2 en territorios donde se han implantado. También para incorporar a las mujeres al mercado laboral. Casi la mitad del empleo femenino de la región se encuentra en el sector agrícola. O para corregir la pobreza.