En el marco del lanzamiento de su primer libro, la ecoteóloga comenta que es necesario estrechar un diálogo entre el cristianismo y los movimientos ambientales y feministas, para dejar de lado los dogmatismos que han capturado a las comunidades en el cristianismo más conservador, y avanzar en resignificar los relatos de la sociedad occidental.
Arianne van Andel es una teóloga de origen holandés que ha vinculado sus estudios con la justicia socioambiental y de género, por lo mismo, se identifica como “ecoteóloga feminista”. Van Andel llegó a Chile a inicios del nuevo milenio y, desde entonces, ha logrado conectar sus conocimientos teóricos con la realidad de la crisis ambiental que viven las comunidades latinoamericanas.
“Acá me encontré con los conflictos alrededor de Pascua Lama y Patagonia sin Represas. Después, con las zonas de sacrificio, la contaminación de las salmoneras, la deforestación. Es muy diferente luchar por comunidades donde conoces a personas que sufren los daños, y donde has visto el daño a la tierra”, cuenta en retrospectiva.
Además, es un miembro activo en la Mesa Ciudadana de Cambio Climático, instancia en la cual representa a la organización Otros Cruces. Van Andel cuenta que a través de esta organización se invita a las comunidades cristianas y a la sociedad en general a repensar el relato religioso que ignora la opresión sobre la naturaleza y las mujeres, lo que es necesario para hacer frente a las crisis sociales y ambientales que aquejan a la humanidad hoy en día.
“Las comunidades eclesiales no están acostumbradas a la lucha política. Asocian la política con luchas de poder. En mi trabajo, intento mostrar que lo político tiene que ver con el bien común, con la preocupación por nuestra convivencia y la calidad de vida de todos nosotros y nuestros hijos e hijas”.
Arianne van Andel
A través de su primer libro, titulado “Teología en movimiento: Ensayos eco-teológicos y feministas para tiempos de cambio” y publicado en enero, Arianne recopiló los artículos que ha redactado durante más de una década trabajando en nuestro país, los cuales son una invitación a cuestionar y resignificar los discursos cristianos que han cimentado nuestros valores occidentales.
Conversamos con ella y te invitamos a conocer sus opiniones respecto a los dilemas que surgen entre medio ambiente y feminismo con el cristianismo y cómo, desde su punto de vista, pueden dialogar para construir una espiritualidad diferente. A continuación, todos los detalles:
La teología para mí tiene que responder a los desafíos del contexto social en que vivimos. En Holanda, ya vinculaba mis estudios teológicos con la justicia socioambiental, pero como Holanda es un país donde los efectos de la crisis ambiental se esconden bien -o se externalizan a otros países-, de alguna forma siguió siendo una conexión más teórica. Cuando llegué a Chile en el año 2005, por primera vez me di cuenta de cómo la explotación ambiental afecta a comunidades concretas. Creo que mis experiencias en Chile han, de alguna forma, aterrizado mi teología.
Yo pienso escribiendo. El libro recoge artículos de mi trayectoria en Chile, en que comparto el proceso de reflexión teológica que he hecho. En los 12 años que he trabajado en Chile, me he enfocado en educación popular, sobre todo con mujeres y, más tarde, en la concientización sobre la crisis ambiental en iglesias y comunidades religiosas. La teología cristiana tradicional tiene rasgos antropocéntricos, machistas, dualistas y espiritualistas, que han significado opresión para las mujeres y legitimización del daño al medio ambiente. La explotación de las mujeres y del medio ambiente está conectada en nuestra cosmovisión occidental y patriarcal, que ve a las mujeres y a la naturaleza como “objeto”, como “otra”. La religión cristiana ha legitimado y, a veces, sacralizado estas opresiones. En mi trabajo veo estos vínculos de opresión funcionando, y trato de clarificarlos y repensar la teología a partir de ahí.
Laudato Si´ ha sido muy importante para la Iglesia Católica. Es una carta revolucionaria, porque es muy política en su análisis de la realidad. Es por primera vez que la Iglesia Católica se pronuncia tan claramente frente a la crisis climática y la depredación ambiental. Cuando la leí por primera vez, lloré de emoción, porque es una carta atrevida en su llamada al cambio. Habla de la necesidad de un cambio de paradigma, vincula la crisis ambiental con la crisis socioeconómica, promueve una ecología integral que integra todas las dimensiones de la vida. También juzga, proféticamente, la avaricia de las empresas, y la pasividad de los gobiernos. Pide un freno en el crecimiento económico y un fin a la desigualdad. También llama al diálogo entre todos los sectores de la sociedad, sobre todo con los pueblos originarios. Hay muchos grupos dentro de la Iglesia Católica que han despertado con la Encíclica, pero otros, entre ellos la élite chilena, que no han querido tomarla en serio.
Ante la Emergencia Climática necesitamos un cambio radical en nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza. Necesitamos repensar “quiénes somos y cuál sería el sentido de nuestra vida en este planeta”. El pensamiento sobre quiénes somos, y de cuál es este sentido no están dados: lo construimos como humanidad en relatos y narrativas. Las tradiciones religiosas son relatos así y el cristianismo es uno de estos relatos que nos ha influenciado mucho. Aunque no seamos cristianos, nuestra cultura está impregnada de valores cristianos. Podemos enfrentar la Emergencia Climática sólo si podemos re-pensarnos como humanidad, y para eso necesitamos re-pensar nuestros relatos de sentido. Si no nos podemos imaginar otro mundo, difícilmente nos vamos a poder mover hacia allá. Si no explicitamos nuestros relatos, el relato dominante seguirá reinando nuestro sistema socioeconómico: en América Latina eso es el relato neoliberal con una salsa de cristianismo conservador. El cristianismo tiene mucha sabiduría en sus relatos originales, como también otros relatos religiosos. Tienen mucho que ofrecer si los liberamos de dogmatismos y moral abstracto. Y tiene comunidades que pueden levantar la voz.
En la iglesia, como en la sociedad en general, las personas están muy preocupadas por la crisis climática, pero no saben muy bien qué hacer frente a ella. También existe mucha desinformación sobre la gravedad de la crisis. La preocupación está creciendo, y cada vez más comunidades de fe creen que es importante hacer algo. Pero las comunidades eclesiales no están acostumbradas a la lucha política. Asocian la política con “luchas de poder”. En mi trabajo trato de mostrar que lo político tiene que ver con el bien común, con la preocupación por nuestra convivencia y la calidad de vida de todos nosotros y nuestros hijos e hijas. Siento que es muy necesario que se inicie un diálogo serio entre comunidades eclesiales y movimientos ambientales y sociales. El 80% del mundo se declara creyente. Si toda esta gente se involucrara en la lucha ambiental, tendrían una voz potente, pero hay muchos prejuicios que superar de ambos lados, antes de que puedan unir sus manos. En eso estoy.
El cambio climático es un problema complejo y con muchas aristas. La Mesa ha sido un espacio que reúne a las organizaciones en Chile que estudian y trabajan el cambio climático desde distintos enfoques: los derechos, la ingeniería forestal, los derechos indígenas, la biología, la política. Me ha encantado esta interdisciplinariedad de la Mesa, ya que aprendemos mutuamente, y creo que nuestras estrategias y seguimientos a las Leyes y proyectos políticos son muy matizados y completos por este trabajo en conjunto. Yo he aprendido muchísimo en la Mesa sobre cómo afecta el cambio climático a Chile, cuáles son las políticas del gobierno, y cómo se puede hacer incidencia concreta desde la ciudadanía. La Mesa ha sido muy importante para mí como un espacio de diálogo estratégico. Creo que sólo podemos involucrarnos efectivamente como comunidades religiosas en acciones frente a la crisis, si tenemos claro lo que está pasando y lo que otros movimientos y organizaciones están haciendo. La teología sólo puede ser relevante si es reflexión a partir del contexto concreto que estamos viviendo. Yo he aprendido mucho de este contexto y del activismo de mis amigas y amigos en la Mesa, y siento que ellos se han abierto más a considerar la importancia de la espiritualidad y el apoyo de las comunidades de fe por mi participación.
La tradición cristiana se ha desarrollado en una sociedad patriarcal, y en su expresión dominante ha sido muy machista, como en América Latina también colonizadora. Sin embargo, en todas las tradiciones religiosas también han habido voces disidentes de las voces dominantes, siempre. La teología cristiana conoce a mujeres rebeldes en toda su historia, y desde el surgimiento del movimiento feminista, también han existido teólogas feministas. Gran parte del movimiento feminista ha optado por “abandonar la religión cristiana”, diciendo que es inherentemente “patriarcal”. Como teólogas feministas creemos que no es tan fácil “abandonar” nuestra herencia cristiana, y que hay otro camino posible, que tiene que ver con la “resignificación”. Yo creo que esta reinterpretación es muy necesaria, porque si no, dejamos la tradición en manos de las voces más conservadoras o hasta fundamentalistas. Eso ya lo estamos viendo en América Latina.
En Otros Cruces -mi organización, que trabaja los cruces entre religión y política-, estamos en diálogo con movimientos feministas que nos piden apoyo frente a los fundamentalismos, porque no entienden bien el mundo religioso. Para sanar la relación es importante que la tradición cristiana reconozca el enorme daño que ha hecho con ciertos dogmas, y mostrar que hay otro cristianismo posible.
La relación entre la tradición cristiana y los pueblos originarios es tan compleja como la relación entre cristianismo y feminismo, porque ha sido una historia de colonización y dominación. Para poder acercarse es necesario que las personas cristianas dejen toda pretensión de superioridad o de evangelización. Necesitamos empezar a valorar las culturas ancestrales como cosmovisiones espirituales de igual, o en el contexto actual de crisis ambiental, mayor valor a la nuestra. Necesitamos querer aprender de las culturas ancestrales, bajo sus condiciones, y solidarizar con ellas en la defensa de su autonomía y protección de derechos. Sólo si empezamos a hacer eso, podrían sanarse las heridas del pasado. Mi experiencia es que los pueblos originarios tienden a ser muy generosos en compartir su sabiduría, si hay personas con interés genuino de aprender; pero mientras haya gobernantes “supuestamente cristianos” que persiguen y matan a los y las líderes indígenas, va a ser muy difícil.
Sin embargo, en la Alianza Interreligiosa y Espiritual por el Clima trabajamos en conjunto diversas tradiciones cristianas y también comunidades Mapuche. Por eso, es muy importante que todos y todas aprendamos a reconocer las diversidades de voces y corrientes que existen en las mismas religiones. No existe “el cristianismo”, ni “la teología”. Necesitamos trabajar en conjunto todas las personas que queremos cambiar este sistema socioeconómico que mata a las personas y a la tierra, creyentes o no. Nos necesitamos.
La Mesa Ciudadana de Cambio Climático es una agrupación de organizaciones de la sociedad civil, compuesta por: Fundación Terram, AIDA, Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo, Climate Action Network Latinoamérica (CAN-LA), Fundación Territorios Colectivos, Fundación Otros Cruces, CODEFF, ONG FIMA, Greenpeace Chile, Fundación Heinrich Böll, Nodo Social, Observatorio Ciudadano y WWF Chile.